GÉNESIS
¿Cómo saber qué dice mi piel cansada
de tantas noches propias y mañana ajenas?
Elijo palabras –de a dos- del Gran Arca
para que se salven de este repetido diluvio.
Acaso se pueda dialogar con las tormentas,
alcanzar una golondrina en vuelo,
filtrarse en la luz que busca el día propicio para nacer.
DUDA
¿Qué he de nombrar que no haya sido ya nombrado?
Se necesitan indicios:
Una piedra que hable de este suelo.
Una hoja que diga: -“hay árbol”-.
Un pez que nos devuelva el mar.
Es preciso dejar una señal:
Polvo vacilante
sobre caminos de tierra.
Surcos abiertos
que son la memoria de la semilla.
¿Cuáles serán las rupestres pinturas
en la caverna de tu tiempo?
Génesis y Duda, dos poemas de Alegoría, primera de las ocho partes estaciones de Rituales de la noche, primer y excelente libro de poesía de Stella Maris Ponce, exquisita poeta entrerriana que honra el linaje lírico que distingue a su provincia. Y que se incorpora a esa tradición, sobre todo, desde una mirada y una voz profundamente singulares acerca de qué es lo indecible, qué es lo innombrable en nuestra existencia errancia de nuevo siglo y nuevo milenio. Porque lo casi imposible de advertir aquí y ahora son las múltiples claves y señales que encierran tanto la naturaleza y sus manifestaciones como los objetos que constituyen y rodean nuestra cotidianeidad. Porque lo casi imposible de decir es precisamente lo que necesitamos saber y comunicar de nosotros mismos para no extraviarnos y naufragar ciegos sordos mudos, aturdidos narcotizados, por el sonido y la furia de esta “aldea global” Truman Show que nos desfonda la interioridad, la memoria y el lenguaje.
“...palabras, palabras –un poco de aire / movido por los labios –palabras para ocultar quizá lo único verdadero: / que respiramos y dejamos respirar”, escribe Jorge Teiller y Stella Maris lo cita y coloca como umbral de su libro. Y desde allí, desde ese texto vislumbramos su poética lírica y visión de mundo: “captar, cazar al vuelo”, como decía otro poeta entrerriano, Alfredo Veiravé, los rumores, sonidos y respiraciones que pueblan lo que precariamente atinamos a llamar silencio y cuya supuesta consistencia –cierta certeza a la que solemos aferrarnos- suele desvanecerse abruptamente en la noche, ese tiempo espacio tan peculiar en el cual desde el fondo de los tiempos nos valemos de ciertos rituales para intentar conjurar-zafar de- los fantasmas de la soledad y a veces, sólo a veces, para procurar descifrar el mensaje de esa respiración natural animal que jadea cerca lejos o dentro de nosotros mismos, detrás de los muros inasibles de ese espejismo auditivo que todavía llamamos silencio.
“Noche...
Alquimia estelar.
Celebración del día.
Encuentro casual de los opuestos.
Ronda desvelada de presencias diminutas.
Alunizaje de sueños posibles fuera del tiempo.
Una noche basta para entra al mundo”.
“Las quejas del agua que sube
desvanecen el rostro liviano del sueño.
Hay voces encerradas en los caños.
La ciudad es un inmenso animal dormido.
Por sus venas se deslizan rumores
que seducen la vigilia.
En las canteras del aire se guarecen palabras.
Yacimientos de la noche
donde hurgan como mendigos
los poetas”.
Una noche basta para entrar al mundo, nos dice Stella Maris, pero hay que saber hurgar, como mendigo y poeta, las palabras llaves que sabe guarecer, hacer flotar, esconder ofrecer, el aire nocturno. Rituales de la noche, segunda parte estación del itinerario lírico estamos recorriendo este último domingo de febrero.
“En definitiva
sólo se trata de escapar
de la trama de los días
que con furiosa lava
y constancia senil
gana terreno
en la playa del deseo”.
“El tiempo es una mariposa inalcanzable.
Revolotea...
Me envuelve...
Presencia única de colores
que estampan sobre mi piel
cambiantes tatuajes.
Se acercan, se alejan,
me confunden, me tiñen.
Una indescifrable conjunción
de polvo y luz
va internándose en los poros
para llegar al centro,
donde cada latido
es una ola
que se desangra
en la orilla”.
“Acariciar el aire
como a la piel del día
palpando
cada rayo de luz
que escapa
ante los asombrados dedos
del alma.
Y líneas
en espera de un destino
que las marque
para que las arrugas
tengan sentido.
Pequeñas falanges de tiempo
buscan un espacio
para transformarlo
en las cotidianas paredes
que te habitarán.
Y uñas
que van tras la pulpa de la fruta conocida
rasguñando
la cáscara desechable
del ocio.
Abrir un libro al azar
y en esas hojas amarillas
con letras escritas
sobre la nada
descubrirse
como en las propias manos.
Una herida en el aire
muestra las entrañas del día.
¿Cómo curar esa herida
para no ver del otro lado
tanto desamparo?
Ahí donde somos
sólo pájaros acurrucados
bajo una tormenta
que no deja de azotarnos”.
SUCESIONES
“El farol oscila y golpea la madera.
Un chasquido seco y rítmico
es la música que el viento trae desde el río.
Círculos de luz y de sombra
bajo una llovizna repentina.
En la ventana los cristales marcan un límite entre las sucesiones.
La mano sobre el pecho sostiene un vaso.
El líquido oscuro trae latidos desde otra orilla.
Llueve una tristeza callada sobre el recuerdo
mientras la memoria dibuja una figura
bajo la soledad del farol”.
Poemas de La trama de los días, de Del aire y sus cantos y de Motivos, tercera, cuarta y quinta partes estaciones de Rituales de noche. “Furiosa trama de los días” cuya lava devasta la playa del deseo, el tiempo como “mariposa inalcanzable”, abrir con los dedos del alma nuestras propias cicatrices y pequeñas brechas en el cuerpo opaco de los días para aprender a soborear la pulpa de la fruta que creíamos conocer; y bucear en la memoria y entre los rumores de la lluvia las siluetas de un recuerdo luminoso o un motivo para resistir la tristeza bajo la soledad de un farol. Imágenes símbolos de la tensión entre el batallar de sobrevivencia de eros y el tánatos impiadoso que va tatuando en la trama de los días la cifra de nuestra derrota anticipada, esa vejez prematura que nos deposita temprano en máscara de hierro de la rutina.
BOTELLA AL MAR
“Sobre agua fresca y luminosa del mar de mi infancia
flota una botella con un mensaje invisible.
La carta en blanco fue escrita con un palito y gotas de limón.
Sólo el fuego que alimenta algunos días puede descifrarla.
Vengo del agua.
Yo soy esa botella que el mar empuja.
Traigo un mensaje para el fuego”.
HAIKUS:
“Los mismos gestos
Un rostro en el espejo.
Al fin, los ojos”.
“Vaso vacío
Sequedad de lágrimas.
Es tanta la sed”.
“Cielo estrellado.
Fulgores de la noche.
Nace un camino”.
“Asombro ancestral
un hombre encuentra a otro
en su caverna”.
Mensaje para el fuego y haikus, sexta y séptima partes estaciones. Para merecer el fuego nuestros primitivos antepasados creían que había que ser capaz de arriesgar y hasta sacrificar el propio corazón, escribe Eduardo Galeano y Stella Maris lo recuerda para ilustrarnos metafóricamente cómo concibe la dimensión del deseo. Y en la micro brevedad de sus haikus vuelve mágico decible lo natural inadvertido innombrable.
“La poesía es el zumbido del principio”, poetiza Gonzalo Rojas. “La poesía pone al lenguaje en estado de emergencia”, reflexiona sabiamente Gaston Bachelard, sabe arrancarle un segundo otro resplandor, más bello más lacerante que a veces, sólo a veces, nos desnuda y nos cala hasta los huesos. Por eso, precisamente, la última estación de Rituales de la noche, Aire de blues, culmina con el poema En el principio era el verbo, y allí y en toda esa última parte tanto la palabra poética como las resonancias existenciales de ese sabio caos musical que es el jazz y el leve fulgor erótico del blues combaten cuerpo a cuerpo con la nada, ese agujero negro que nos habita desde siempre.
“Y nosotros, ¿qué?
Bichitos de luz
con sueños entre las alas
escribiendo el guión de los días
leyendo las partituras de la noche.
Bichos que vamos hacia la luz atravesado por el tiempo.
Y para quedar y pasar
andamos y andamos...”
Y nosotros qué, se pregunta y nos interpela bella e incisivamente la poesía de Stella Maris Ponce. Nosotros ahora, por ejemplo, podemos aventurarnos en la lectura de su Ritual de la noche e intentar embellecer un poco nuestra vida.
Muchas gracias.
Francisco Romero.
Resistencia, 27 de febrero de 2005.